Decir que no tengo miedo es aceptar
que lo he tenido siempre,
decir que el cielo no existe es hablar de
la estratosfera en otro plano y llorar.
En mi espalda nacen meteoritos todos los días,
duelen, pero sigo viva.
Destrozo pedazos de pan con
la intención de masticarlos luego,
de ingerirme a mí misma en un bocado,
y me pregunto en qué momento
encontraré la cura
al pájaro que picotea todo
lo que conozco y me deja sin nada
¿a dónde va todo cuando muere?
El poema y la suciedad, la leche cortada
de la que he escrito tantas veces,
aquello es el miedo, aunque no sé darle nombre,
sé que lo amamanto como si fuera mi hijo
porque morirá algún día,
y me pregunto cómo es que he podido llegar tan lejos
cuando adentro,
apenas puedo respirar.