19 enero 2015

Reímos.

La noche termina en la sala de espera de un centro medico. La sala está vacía. La sala es silencio acumulado.
Esto debe ser lo más parecido a la soledad, me digo, la ausencia de todo, lo único que no se va es el yo, el yo inamovible. Esto es un puente a punto de caer. Siempre.

Hoy es mi cumpleaños, en otra etapa me sentiría animada por ello, ahora realmente me siento enferma y triste. Ahora pienso más que nada en subsistir,  en ser alguien, en conseguir un trabajo. Siento el pecho obstruido y calor. Quizá todos mis órganos están incinerados o corroídos, no los siento hace mucho. Mis ojos se humedecen, se van algunas lagrimas, Fabián me ve y cree que es producto del dolor en el pecho, de la fiebre, del cansancio. Tal vez, pienso, tal vez sea el cansancio, evidentemente es el cansancio de algo, algo más fuerte que la viral que tengo. Voy en decadencia, al menos así me veo en este momento.

He dejado de sentir que vivo, las imágenes se repiten a diario en margenes de color o en la gravedad de las voces, es lo mismo, no hay eventualidades. 
quiero que algo ineludible y bueno pase. En el fondo creo que todos queremos eso, algo bueno que de ninguna manera pueda evitarse. Pienso que soy un bucle de aire, una forma indefinida. Tengo el pecho pesado y oprimido. Intento darme aliento, intento evitar que se vaya el bucle cuando respiro.

Bebo un poco de agua, tengo fiebre alta. La voz debió irse a las rodillas o esconderse en algún lugar del pecho desde donde emite un sonido ronco. Quiero gritar, esto sería un trabajo nulo, podría tomar toda la energía que poseo y hacerlo, luego no sabría para qué gritar, qué decir. Así van todas las cosas que hago últimamente.

Somos seis en la sala, a mi lado Fabián está buscando las notificaciones del clima de mañana ''cielo parcialmente nublado''. Dos sillas más allá hay una pareja con un bebe que llora. También hay un anciano que tose continuamente, al parecer está aquí por lo mismo que yo, algún tipo de afección respiratoria. Viene solo.
De vez en cuando los que esperamos que nos vea el medico de turno, nos echamos un repaso a las caras, esto lejos de ser un ejercicio ameno, me aturde, la estadía en este lugar se hace eterna, escucho todo lo que surge en mi cabeza y es confuso. A menudo suelo quedarme anclada en lo que pienso, después no sé muy bien cómo salir. Me dicen que soy una dramática, lo creo, no hay razones para no serlo, no hay razones para pensar que no estoy perdiendo tiempo o para pensar que esto no es tiempo si no sólo el bucle de aire que aliso con mi mano mientras espero.

Sujeto mi cabeza, el dolor va en aumento. Cierro los ojos y dirijo mis manos sobre ellos. Tengo sueño. Recuerdo, veo luces, es una tarde en el balcón de un hotel, mi madre está sonriendo. Abro los ojos, las baldosas de la sala son blancas y contrastan bien con las sillas azules. Cierro los ojos otra vez, cubro todo mi rostro con las manos, regreso a mi recuerdo, hace sol, tengo deseos de llorar. Quiero sentir ese calor, no el que siento ahora, no, me consumo aquí mismo en mi tristeza, soy un pecho constreñido. Quiero con todas mis fuerzas que la manta de calor de esa tarde que veo mientras cierro los ojos, me abrigue.

Siento un terrible dolor recorriendo mi cabeza, también mis manos, el cuerpo en general. Mi yo, eso es lo que más me duele, lo inamovible.
Sería patético confesar mi temor a morir, porque sé que no será hoy, sé que volveré a casa con una buena cantidad de medicamentos que consumiré sin prestar el mayor cuidado o que simplemente dejaré antes de empezar a ingerir. 

El doctor me pide que abra la boca, introduce una paleta y se ayuda de una linterna para ver el fondo, luego me pide que respire profundo y repite esto dos veces más. Dice que tengo una inflamación en las vías respiratorias, me ordena tres sesiones de salbutamol y oxigeno, me da la lista de medicamentos y su respectivo horario y dos días de incapacidad, que  en mi calidad de desempleada no sirven de nada.
Estaré bien, dice, sólo necesito reposo.

Al salir del consultorio encuentro al anciano en la sala de espera. Fabián no está. El anciano sonríe, tomo asiento a su lado, los músculos de mis rostro están tan tensionados que a lo sumo puedo ofrecerle una mueca de agrado, el ríe de nuevo y me dice que se va a morir pronto. Bromea con el tema, le pregunto por qué ha venido solo
- Es que soy un desgraciado. Me dice.

Reímos.


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