23 enero 2015

En Detroit.

En Detroit llueve. Imagino que por esta fecha del año llueve aunque estamos a mitad de abril y aquí hace un calor infernal. Billy solía decir que por esta fecha llueve, no estoy en Detroit y no puedo saberlo. Conozco a Billy, él me conoce, al menos sabe de mi existencia, al menos sabe que escapamos un día mientras nevaba porque era invierno. No eramos felices de ningún modo, discutíamos sobre las formas del cielo, sobre las formas del agua, sobre las formas de la boca, sobre las formas de la lengua, también sobre nuestras formas, yo sobre todo, que voy comparando mi trasero siempre, viéndolo en los vidrios de los establecimientos o en las ventanas de lo carros cuando camino y que casi todo el tiempo estoy pensando en robarle el trasero a alguien.
Todo es lindo en Detroit, cuando llueve las casas se ven diamantadas, eso dice Billy, y él canta, se pone su chamarra azul a cuadros que le va tan bien con su pelo desordenado, ¡Ay Billy! Pienso, esto debería ser una carta, pero es una pesadilla porque no compartimos el gran peso, al menos uno de los dos está libre de la pesadilla, uno de los dos está libre, está libre. Uno de los dos. Es un alivio que seas tú el que está libre porque si fueras tú el que estuviera preso y yo estuviera libre te haría sufrir Billy, lo haría mucho, saldría con chicos a los que haría sexo oral en un las bancas de cualquier parque frente a una iglesia anglicana en Detroit, bebería con ellos o los vería beber toda la tarde y al día siguiente les prepararía café cargado que iría acompañado de pan tostado al que pondría mantequilla. Es un alivio, Billy, que tú estés libre. Pienso que sufrirías, es extraño pensarlo, porque sabrías dónde encontrar quien te venda polvo, entonces consumirías todos los días, yo en cambio no sabría de tus fatalidades porque estaría libre.

En mi pesadilla moríamos, yo en el comedor y tú morías de una sobredosis en casa de una chica con la que salías, Sammanta. Usan lindos nombres en Detroit (todo es lindo en Detroit) Aunque no sé cómo es allá, excepto por lo que me has contado, por ejemplo: de las iglesias anglicanas frente a los parques. Te divertía contarme que tus padres quisieron que te ordenaras como misionero en la iglesia y tú decidiste fumar, consumir y salir con chicas.

La pesadilla, en mi pesadilla me levanto, veo el cuerpo en el comedor, creo haber pasado el límite de lo vedado y siento frío, y siento el hielo, y tengo la sensación de querer regresar y vivir. todo está sobre dimensionado en mi pesadilla (medito). Tal vez son eventos reales y metafísicos mezclados (concluyo). Vuelvo a mi cuerpo, vivo. Y viva allí, busco a mis enemigo, que también son los tuyos, les abrazo y les doy amor, hago la paz, soy la paz, les digo que es mejor hacer el bien y hago que esta vida puta duela un poco menos porque odio un poco menos y es más sencillo dejar el cuerpo cuando odio un poco menos. Concretado esto, volver a dejar el cuerpo ahí, e irme. Pensar luego en lo mucho que me gusta la palabra ''abandono''. Me veo allí así como veo el calor infernal que hace aquí, o como imagino el frío miserable en Detroit. Mi cuerpo está en el comedor, me hablo y te hablo porque cuando abandoné mi cuerpo por segunda vez supe que tú también lo habías hecho, le reclamé a Sammanta, y al final la comprendí, sabíamos que morirías por andar consumiendo.

Nos digo: te odio, antes de decirlo sabías que lo hacía y te valía madres que lo hiciera porque mi odio es fuerte, fortísimo y perfecto, y porque a demás es inofensivo. ''Todo esto podría ser una carta'' pienso. Continuo diciéndonos: todo esto podría ser una carta, y si fuera una, te hablaría de la hilera menuda que a traviesa mi cerebro dilatando las formas por las que discutíamos el día que escapamos. Podría hacerte una lista de cementerios, posibles opciones donde, gentilmente, deberías dejar mi cuerpo enterrado. Si bien he podido reducirlo a uno o dos renglones, diciendo sólo:

''Querido Billy hemos muerto, no juntos, tú has muerto en Detroit
 y yo he muerto en mi apartamento en colombia''

Debes saber que no fue grave, que antes de morir he sentido hambre, he preparado un emparedado, he muerto exhausta. Ha sido una buena idea dejar el cuerpo ahí, lleno. Tocaste a la puerta, no fue necesario abrir, traspasaste, me viste y viste mi cuerpo y preguntaste por qué también yo había muerto, y tuviste hambre (los espíritus viajan más rápido, me dije)  y sufrí por ti otra vez. Creímos que era mejor vivir o volver a vivir y vivos allí, comer emparedados  y pensar luego en lo mucho que nos gusta la palabra ''ojos''.
Regresamos a comer emparedados, volví al cuerpo y no te vi, recordé que habías dejado tu cuerpo en Detroit, tu cuerpo estaba en casa de Sammanta, ella estaba fumando hierba. Me sentí apesadumbrada por ello, yo seguía en mi apartamento en Colombia y tú seguías en Detroit.

Mientras estoy presa, pienso que todo podría ser una carta, podría enviártela pero es una pesadilla y tú estás libre, es una suerte que la pesadilla haya sido mía, que todo sea producto del cigarrillo, ''pero vos no fumas'' me dirían, tengo los pulmones invadidos, sino de humo podría ser cualquier cosa porque todo es una mezcla de eventos reales y metafísicos y pasados e incluso, podría haber vaticinado el futuro de las formas de nuestros cuerpos y de nosotros luego de abandonarnos. Billi, Billy, Billy te buscaría, si supiera que sigues en casa de Sammanta y si tú supieras de mi existencia y sabes de mi existencia porque sabes de mi temor a los hipopótamos. No importa. 




20 enero 2015

He vuelto a creer en milagros.


He vuelto a creer en milagros
he vuelto a creer en el tacto
que ruboriza la carne
y la estremece.

He vuelto al rosa pink en 
los labios.
He vuelto a sangrar mi pulgar
y al ver las manchas 
sobre el cobertor
comprendí que no me 
he secado.

He vuelto a hablar con 
el cuerpo, 
él se sienta en la mesa
yo leo el periódico
y me dicto estas frases
con un acento que no
es mío.

Y me digo:
Hoy es un día bueno,
he vuelto a creer en
milagros.

Ahora que llueve, 
y que la extensión 
de mi ser
evacua a través de 
la cortadura

es frío afuera y 
he vuelto a ser calor
dentro.



19 enero 2015

Reímos.

La noche termina en la sala de espera de un centro medico. La sala está vacía. La sala es silencio acumulado.
Esto debe ser lo más parecido a la soledad, me digo, la ausencia de todo, lo único que no se va es el yo, el yo inamovible. Esto es un puente a punto de caer. Siempre.

Hoy es mi cumpleaños, en otra etapa me sentiría animada por ello, ahora realmente me siento enferma y triste. Ahora pienso más que nada en subsistir,  en ser alguien, en conseguir un trabajo. Siento el pecho obstruido y calor. Quizá todos mis órganos están incinerados o corroídos, no los siento hace mucho. Mis ojos se humedecen, se van algunas lagrimas, Fabián me ve y cree que es producto del dolor en el pecho, de la fiebre, del cansancio. Tal vez, pienso, tal vez sea el cansancio, evidentemente es el cansancio de algo, algo más fuerte que la viral que tengo. Voy en decadencia, al menos así me veo en este momento.

He dejado de sentir que vivo, las imágenes se repiten a diario en margenes de color o en la gravedad de las voces, es lo mismo, no hay eventualidades. 
quiero que algo ineludible y bueno pase. En el fondo creo que todos queremos eso, algo bueno que de ninguna manera pueda evitarse. Pienso que soy un bucle de aire, una forma indefinida. Tengo el pecho pesado y oprimido. Intento darme aliento, intento evitar que se vaya el bucle cuando respiro.

Bebo un poco de agua, tengo fiebre alta. La voz debió irse a las rodillas o esconderse en algún lugar del pecho desde donde emite un sonido ronco. Quiero gritar, esto sería un trabajo nulo, podría tomar toda la energía que poseo y hacerlo, luego no sabría para qué gritar, qué decir. Así van todas las cosas que hago últimamente.

Somos seis en la sala, a mi lado Fabián está buscando las notificaciones del clima de mañana ''cielo parcialmente nublado''. Dos sillas más allá hay una pareja con un bebe que llora. También hay un anciano que tose continuamente, al parecer está aquí por lo mismo que yo, algún tipo de afección respiratoria. Viene solo.
De vez en cuando los que esperamos que nos vea el medico de turno, nos echamos un repaso a las caras, esto lejos de ser un ejercicio ameno, me aturde, la estadía en este lugar se hace eterna, escucho todo lo que surge en mi cabeza y es confuso. A menudo suelo quedarme anclada en lo que pienso, después no sé muy bien cómo salir. Me dicen que soy una dramática, lo creo, no hay razones para no serlo, no hay razones para pensar que no estoy perdiendo tiempo o para pensar que esto no es tiempo si no sólo el bucle de aire que aliso con mi mano mientras espero.

Sujeto mi cabeza, el dolor va en aumento. Cierro los ojos y dirijo mis manos sobre ellos. Tengo sueño. Recuerdo, veo luces, es una tarde en el balcón de un hotel, mi madre está sonriendo. Abro los ojos, las baldosas de la sala son blancas y contrastan bien con las sillas azules. Cierro los ojos otra vez, cubro todo mi rostro con las manos, regreso a mi recuerdo, hace sol, tengo deseos de llorar. Quiero sentir ese calor, no el que siento ahora, no, me consumo aquí mismo en mi tristeza, soy un pecho constreñido. Quiero con todas mis fuerzas que la manta de calor de esa tarde que veo mientras cierro los ojos, me abrigue.

Siento un terrible dolor recorriendo mi cabeza, también mis manos, el cuerpo en general. Mi yo, eso es lo que más me duele, lo inamovible.
Sería patético confesar mi temor a morir, porque sé que no será hoy, sé que volveré a casa con una buena cantidad de medicamentos que consumiré sin prestar el mayor cuidado o que simplemente dejaré antes de empezar a ingerir. 

El doctor me pide que abra la boca, introduce una paleta y se ayuda de una linterna para ver el fondo, luego me pide que respire profundo y repite esto dos veces más. Dice que tengo una inflamación en las vías respiratorias, me ordena tres sesiones de salbutamol y oxigeno, me da la lista de medicamentos y su respectivo horario y dos días de incapacidad, que  en mi calidad de desempleada no sirven de nada.
Estaré bien, dice, sólo necesito reposo.

Al salir del consultorio encuentro al anciano en la sala de espera. Fabián no está. El anciano sonríe, tomo asiento a su lado, los músculos de mis rostro están tan tensionados que a lo sumo puedo ofrecerle una mueca de agrado, el ríe de nuevo y me dice que se va a morir pronto. Bromea con el tema, le pregunto por qué ha venido solo
- Es que soy un desgraciado. Me dice.

Reímos.