Era una marca
de esas que quedan luego de quitar
el porta retratos,
un agujero negro en medio de una pared.
Un vistazo al fondo sería
el descubrimiento
de la gran vida que alguien más tuvo.
Introducir el cepillo de dientes
es levantar el rostro
y verse durante
dos o cinco minutos frente al espejo.
Esos son los minutos más
incómodos del día,
el encuentro con un sujeto al que sólo
veo por
dos o cinco minutos antes de dormir,
todas las noches,
y del que en realidad sólo recuerdo
algunos rasgos
porque no sé bien cómo es.
El sujeto sin pelo y sin gracia
al que siempre
quiero patearle el trasero.
setenta y tres (73) años más tarde
lo veo como cuando era niño
y tenía razones para ser feliz.
El sujeto sonríe. No sé por qué.
Yo no me siento feliz.
Ya no tengo razones para serlo.
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